miércoles, 22 de febrero de 2012

Que hijo más desobediente

La conjura del Escorial
En 1808 España sufre la Guerra de Independencia de Francia por Napoleón. Para regocijo popular, Carlos IV había sufrido un revés en el otoño anterior por el heredero al trono, Fernando, cuya popularidad como consecuencia, había aumentado de forma espectacular. Una carta anónima dirigida al Rey, probablemente escrita por Godoy o alguno de sus secuaces, llevó a Carlos IV a buscar en las habitaciones de su hijo, donde encontró documentos incriminatorios. El 30 de octubre de 1807, el rey proclamó oficialmente la nación que Fernando había conspirado para usurpar el trono, que estaba bajo arresto domiciliario, y que un número de conspiradores había sido encarcelado. De hecho, la conspiración del heredero de la corona, que entonces tenía 25 años, era una conspiración para deshacerse de Godoy (el odio que sentía Fernando por Godoy se remontaba a su adolescencia), pues vio como el supuesto amante de su madre ascendía puestos en el poder y en los grados de la nobleza. Fernando era demasiado sospechoso en la naturaleza, cobarde, amargo y poco dado al perdón, para requerir lecciones de venganza. Fernando temía que la reina y Godoy estuvieran planeando para negarle el trono tras la muerte de su padre, que recientemente parecía inminente; se encontraron en la corte e incluso los rumores de que Godoy podría ser nombrado regente. Por su parte, Godoy tuvo miedo de que cuando Fernando accedió al trono le robaría su poder supremo. Si el tema se hubiera mantenido en este nivel personal e interno, no hubiera pasado nada. Sin embargo, debido a una facción contra Godoy, hubo un favoritismo por Fernando. El partido fernandista estaba a favor de la restauración de la importancia de la nobleza en el gobierno del país, que los borbones ilustrados habían eliminado. Entre los papeles incautados en las cámaras de Fernando, había un decreto, con la fecha en blanco, nombrando a uno de su partido, el duque del Infantado, Grande de España, Capitán General de Castilla y el comandante de las fuerzas para derrotar a Godoy en el caso de que el rey muriera. También hubo una larga carta escrita por Fernando y dirigida a su padre en el que declaró que este es el hombre malo que ha despreciado todo el debido respeto, aspira a despojarlo del trono y poner fin a todos ellos. Asimismo, atacó a la moral del favorito, acusándole de bigamia, y hacía hincapié en los temores del rey sobre la Revolución Francesa. La carta en realidad escrita por su antiguo tutor, Escóiquiz, es copiada a mano de Fernando. En aquellos días, la oposición a Godoy era prácticamente universal. Aparte de los fernandistas y la nobleza de la corte, se unieron a ellos los oligarcas regionales, quienes se molestaron por los intentos de Godoy para aumentar el control central de sus gastos; el clero, que se opuso a la venta de bienes de la Iglesia; los comerciantes y fabricantes, que se vieron en la ruina a causa de su política exterior; los sectores de profesionales, que habían experimentado la designación arbitraria de miembros de su familia; los sectores ilustrados que abominaban el despotismo ilustrado; y las clases inferiores en general, que sufrieron caída de los salarios y aumento de los precios, y se sorprendieron por el relajamiento moral de Godoy. Una semana después de su detención, Fernando hizo una confesión completa, denunciando a todos sus cómplices y admitió haber tenido correspondencia directa con Napoleón y el embajador de Francia. Después de confesar, escribió una carta muy sentida a su padre, pidiéndole perdón, la cual fue concedida. Su arrepentimiento, fue demostrado por su denuncia de los otros conspiradores que habían sido detenidos. La conspiración haci Godoy se había vuelto contra él. A pesar de estar disgustado porque Napoleón había salido a la luz sus intrigas con Fernando, todo el país creía que el heredero al trono ya gozaba de la protección del Emperador y, en consecuencia, vio la popularidad de aquel se vio incrementad. Sin embargo, Carlos IV por su parte, trataba de obtener el favor de Napoleón, que se encontraba en árbitro del pleito familiar y, por extensión, del destino de España. Con posteridad, muchos españoles acabaron viendo el proceso de El Escorial el desencadenamiento de la guerra napoleónica.

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