lunes, 9 de enero de 2012

Luchar y tener hijos, esa era su prioridad

Ramsés II 
Nieto de Ramsés I e hijo de Seti I. Pero su padre quiso asegurar la sucesión en vida designándole heredero y vinculándolo al poder en calidad de corregente. Al joven príncipe le fue otorgado entonces un palacio real y un importante harén, y debió acompañar a Seti en las campañas militares emprendidas para sofocar las rebeliones en Palestina y Siria. También lo secundó en la guerra contra los hititas que habían ocupado los territorios de Siria. De modo que cuando en 1301 llegó al trono, poseía ya una vasta experiencia militar, a pesar de su extrema juventud. Al nacer había recibido el nombre de Ramsés -II que ha conservado la historia-, y en la ceremonia de coronación, además de recibir el cetro y el látigo (las insignias sagradas destinadas a introducirle en el rango de los grandes dioses), le fueron otorgados cuatro nombres: «toro potente armado de la justicia», «defensor de Egipto», «rico en años y en victorias» y «elegido de Ra». A partir de ese momento su vida fue la de un rey-dios, hijo de dioses, objeto de culto y adoración general. Fue un faraón tan absoluto como su padre y llegó a identificarse con Dios más que los gobernantes anteriores. La distancia que lo separaba del pueblo era aún mayor que la de Keops. Comenzó su reinado con el traslado de la capital desde Tebas hasta Tanis, a fin de situar la residencia real cerca del punto de mayor peligro para el imperio, la frontera con Asia. Su familia comprendía varias esposas: la primera y quizá favorita fue Nefertari, que murió tempranamente. Otras reinas fueron Isinofre, que le dio cuatro hijos -entre ellos Merenpta, el sucesor-, y las princesas hititas Merytamun y Matnefrure. El faraón poseía también un vasto harén y se dice que en su larga vida llegó a tener más de cien hijos. Su existencia fue tan larga que sobrevivió a muchos de sus descendientes, entre ellos a su hijo favorito Khaem-uaset, reputado mago y gran sacerdote de Ptah. Murió casi centenario y su momia, descubierta en 1881, es la de un hombre viejo, de cara alargada y nariz prominente. Fue sin duda el último gran faraón, ya que sus sucesores, Merenpta y Ramsés III, se vieron obligados a llevar una política defensiva para mantener la soberanía en Palestina. Posteriormente, la decadencia interna habría de terminar con el poder de Egipto más allá de sus fronteras.

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