miércoles, 9 de noviembre de 2011

Escuchar la música

El rey de los alisos

En 1815, año de composición de la canción, un joven Schubert de tan sólo dieciocho años vive uno de las etapas más plenas, tanto en lo musical como en lo personal, de su existencia.Lo cierto es que Schubert, al igual que sus amigos, debía ser consciente de algo parecido pues esta canción, en su cuarta versión, fue la elegida para aparecer en 1821 como su primera obra editada como Opus 1, aunque, con posterioridad, el catálogo realizado por Otto Erich Deutsch en 1951 la clasificaría como D. 328. 
La canción se nos presenta como una balada, es decir, como una micro novela con cuatro personajes bien diferenciados: 
  1. Un narrador. 
  2. El padre. 
  3. El hijo. 
  4. El Rey de los alisos.
Un marcado y obsesivo ritmo en tresillos nos ilustra a la perfección la agitada carrera del jinete que las pequeñas escalas de la mano izquierda se encargan de hacer aún más angustiosa. Por otra parte, el empleo de la tonalidad de sol menor baña toda esta escena con una luz misteriosa y aterradora.Toda la primera sección de la obra  permanece estable en esta tonalidad de Sol menor hasta que la primera intervención del Rey  en un inocente Si b mayor inunda toda la escena de una siniestra claridad que nos hace estremecer más aún. El aterrado niño responde a la perversa invitación de nuevo en la tonalidad principal obligando al Rey a usar nuevas armas de seducción esta vez en la más remota y brillante tonalidad, maravillosa modulación, de Do mayor. El pobre crío vuelve a responder en modo menor, esta vez en la lógica tonalidad de La, que su padre se encarga de llevar hasta el Re menor. En los últimos treinta compases la tensión tonal llega a su punto culminante. La última intervención del Rey modula, de nuevo de forma maravillosa, y con unos sinuosos y embaucadores saltos en la melodía a un sorprendente Mi b mayor que, ante la resistencia del niño, la furia del monarca resuelve en un rabioso Re menor, única ocasión en toda la pieza en que le escuchamos cantar en ese modo. La desesperación del horrorizado niño llega al límite, de nuevo en una brusca modulación, esta vez en un Si b menor para resolver en el Sol menor del principio. 
En la última sección reaparece de nuevo el narrador relatándonos de forma apasionada el dramático final de la historia. Para finalizar, nada mejor que un austero recitativo y dos buenos acordes para dejarnos con la boca abierta y el corazón encogido. Esta canción de Schubert se hizo inmensamente popular desde el mismo momento de su publicación. La fuerza que desprende toda la partitura, en especial su acompañamiento pianístico, no pasó desapercibida para los compositores contemporáneos y de generaciones posteriores que adaptaron la obra al ámbito sinfónico con nuevas orquestaciones o, simplemente, transcribiendo la partitura a un solo instrumento.


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