Es un pequeño pueblo de la provincia de Zaragoza y que se caracteriza por ser un pueblo maldito y el único pueblo excomulgado de España. En el siglo XIII Trasmoz era una localidad laica rodeada por una serie de pueblos controlados por el Monasterio de Veruela. La leyenda cuenta que en ese tiempo los aquelarres y las brujas estaban al orden del día dentro de los muros de su castillo. La realidad era mucho más simple, Trasmoz no dejaba que el Monasterio de Veruela lo controlase. La Corona de Aragón le había otorgado ciertos derechos que no tenían otros municipios, como el uso del agua, lo que le ponía en un lugar privilegiado respecto a los otros pueblos de la zona. Además, surgió, en 1255, una riña entre el abad Andrés de Tudela, del Monasterio de Veruela y el pueblo por los derechos de recoger la leña del Monte de la Mata. Por otra parte, lo que se hacía tras los muros de Trasmoz era acuñar monedas falsas para acabar con la economía de Veruela. Si el Papa no ingresa el dinero que quiere, pone una escusa y te excomulga un pequeño pueblo en Zaragoza. El Papa es el único que puede revocar esta excomunión, pero todavía no lo ha estimado conveniente. Tres siglos después, en 1511, el Abad del Monasterio de Veruela decidió propagar por el municipio de Trasmoz una maldición convirtiéndolo en el único pueblo maldito conocido de toda España. Para dejar claro que el municipio estaba maldito se puso, a la entrada del pueblo, una cruz con un velo negro. Para llevar a cabo esta maldición, participaron todos los monjes del Monasterio leyendo el salmo 108 del libro de los salmos: "Danos tu ayuda contra el adversario, porque es inútil el auxilio de los hombres; Con Dios alcanzaremos la victoria, y él aplastará a nuestros enemigos". Un salmo que se usaba para maldecir a los enemigos y con el que quedó maldecido el señor de Trasmoz, sus descendientes y todo un pueblo. Siendo el único pueblo de España donde se ha realizado este ritual. Y por último, en 1850, estaba la Tía Casca, una mujer que vivió de verdad y que era una simple curandera, pero se la consideró como bruja y acabó su vida tirada por una colina. Gustavo Adolfo Bécquer recoge la historia en Cartas desde mi celda (VI) escrita en el Monasterio de Veruela, donde se estaba tratando de tuberculosis.