Herodes I, el Grande
Rey de los judíos de origen palestino. Trabajó bajo las órdenes de Roma en Palestina desde que fuera conquistada por Pompeyo. Tuvo que huir de este territorio ante el ataque de los partos, que apoyaban en el trono a Antígona, la última reina de la dinastía de los Asmoneos o Macabeos, representante de la resistencia judía contra Roma. Tras la reconquista de Jerusalén decapitó a Antígona. Debido a todo esto obtuvo la impopularidad de los judíos, especialmente de los fariseos. Herodes por ello decidió imponer un un régimen basado en el terror, con una persecución sangrienta de la antigua familia reinante (incluyendo el asesinato de su propia esposa Asmonea, su suegra, su cuñado y tres hijos suyos). Este estado de terror fue lo que hizo que más tarde se le atribuyese la "matanza o degollación de los inocentes" que narra el Evangelio según San Mateo, episodio literario consistente en una matanza de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén, para conjurar la profecía mesiánica según la cual había nacido en aquella ciudad el que habría de ser rey de los judíos, Jesús. No solo se dedico a el terror también defendió eficazmente el reino frente a los ataques de partos y árabes; construyó ciudades y fortalezas; embelleció la capital; respetó las costumbres locales y comenzó la reconstrucción del Templo de Jerusalén. Al morir dejó el reino dividido entre sus hijos: Judea, Samaría e Idumea para Arquelao destituido dos años después por el gobernador romano Poncio Pilatos, y Galilea y Perea para Herodes Antipas quién es conocido porque más tarde, según los Evangelios, eludió juzgar a Jesucristo cuando se lo envió Pilatos. El nieto de Herodes, Herodes Agripa I, fue el último rey que gobernó sobre la totalidad de Palestina y el que, según los Hechos de los Apóstoles, hizo encarcelar a San Pedro y condenó a muerte a Santiago el Mayor.